Primera entrega de la segunda serie de las Aventuras del Capitán Torrezno. Perdido entre Tenientes Coroneles de opereta y Príncipes de la Iglesia de temperamento esquinado y palatino, desconocedor de la alta política como de la baja y con pocas mañas diplomáticas, fiándolo todo a un dudoso carisma guerrero y en resumidas cuentas a la pura potra, a la chiripa y el acaso, a un alcohólico albur, a un achispado simbiotizarse o idiotizarse con las circunstancias, la buena estrella del Capitán Torrezno corre el riesgo de eclipsarse y convertirse en una breve nota al margen de una Historia que nadie quiere escuchar, ni remotamente Universal. Y sin embargo la Hora es grave. Los ánimos están caldeados, la idea del Imperio ataca los espíritus o más bien contraataca tras siglos o décadas o meses tal vez de resignada decadencia, los Cuerdos se disponen a embarcarse en la Nave de los Locos y dar inicio a la Cruzada de los Niños, y por los cuatro muros y las cuatro esquinas del mundo, cruzando baldios de polvo y mares fangosos, remontando barracas y ciudades de cartón piedra, azotando las mies que nunca es mucha, sólo resuena este grito: ¡Dios lo quiere!